REVISTA Nº 2: mayo 2018
ROMAINE BROOKS, LA
LADRONA DE ALMAS
Sonia Rive

La pintora nació en
1874 en Roma en el seno de una familia adinerada estadounidense y murió en Niza
a punto de cumplir los 96 años. Su vida, en todos los aspectos, fue larga, intensa
y muy interesante.

En 1910, Brooks se instala en París atraída por todas las emociones fuertes
que ofrecía la ciudad y, especialmente, por
Winnaretta Singer, su amante de entonces -una joven millonaria casada con el Príncipe
de Polignac en una de esas “uniones blancas”
entre gay y lesbiana-.
En 1911 Romaine se
enamora locamente de la bailarina
rusa Ida Rubinstein, una de las bellezas icónicas de la Belle Époque,
convirtiéndola en modelo de muchos de sus cuadros, varios de ellos, de claro cariz sexual -en La
crucifixión, Rubinstein aparece desnuda, tumbada tras el éxtasis-. Sus pinturas, como ella misma, desafiaban la moralina de la época, en la que
los desnudos eran un tema vedado a las mujeres pintoras.
El romance entre la
bailarina y la pintora finaliza cuando Brooks, adicta a las relaciones sociales
y al vértigo de la ciudad, se niega a
vivir en un retiro rural cuando comienza
la I Guerra Mundial, como le propuso Rubinstein.
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Romaine Brooks –
Le trajet, c. 1911 – Smithsonian American Art Museum
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Sus romances se continuaron, su vida
amorosa fue intensa y libre. Su relación más constante fue con la escritora
Natalie Clifford Barney, que duró décadas, y con ella mantuvo una relación no
convencional durante años: el trío con Lily de Gramont. Cuando cumplió los 90
años, la pintora, cansada de las infidelidades y de las idas y venidas de la
escritora, termina definitivamente con la relación.
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Romaine Brooks –
Femme aves des fleurs, 1912 – Smithsonian American
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Hasta el final de su carrera, Brooks, siguió
pintando retratos de mujeres lesbianas. Mujeres, muchas de ellas, que formaron
parte de su historia personal/pasional. De hecho, en un alarde de mal gusto, Truman
Capote dijo que sus cuadros eran una “galería de bolleras”. Evidentemente, el
escritor americano (también homosexual), no supo ver más allá de la condición
sexual de la pintora y de sus modelos. No así el poeta Robert de Motesquiou,
quien la llamó “ladrona de almas”,
sobrenombre éste que aún se utiliza para hablar de las pinturas de Romaine
Brooks que, sin lugar a dudas, supo captar y plasmar en sus óleos, la esencia
de las retratadas.
Valiente siempre, Brooks, fue una defensora
del lesbianismo y con sus retratos quiso
dar presencia, relevancia,
visibilidad y deseabilidad a la identidad lésbica. Y lo consiguió.
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Romaine Brooks – Peter (A Young English Girl), 1923-1924 – Smithsonian American Art
Museum
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Al igual que
muchos modernistas, llevó a cabo su auto exploración a través de su
trabajo. Para ella, como para la mayoría de las mujeres de su época, esa
tarea significó la recuperación de sí misma y de su vida erótica, y es por ello que en sus cuadros se
aprecia un estilo tan libre como su
propia vida.
Probablemente, fue ella misma quien
mejor explicó su obra y su vida cuando dejó escrito su epitafio: “Aquí
está Romaine, que sólo pertenece a Romaine”.
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